Y de Pronto las Luces Se Apagaron

La mochila ya estaba llena; limones, patatas, lentejas, uvas. La persiana del laberíntico local estaba cerrada a cal y canto, herméticamente cerrada, no se veía nada. Cuando se encendió la luz todo empeoró bastante, surgieron chinos de todos los rincones, dos o tres mil millones por cada esquina, chillaban todos: «Gāisǐ wèi nǐér qùgěi nǐde, nǐ huì qùnǐde, huì gěi nǐ huì kàn dào, nǐ huì dédào nǐ yīng…», o algo parecido.
Me dieron dos patadas en el pecho y luego dos golpes con el canto de las manos, me siguieron lloviendo golpes, más golpes, más gritos, giraban como trompos pero como a cámara lenta, movían las manos con suavidad pero sorprendentemente aterrizaban con fuerza en mi cuello o en mi nunca, pensé que era el final, yo que ayer mismo estaba cargado de esperanzas y creía que aún tenía toda la vida por delante, iba a morir golpe a golpe tan prematuramente.

—Reza lo que puedas —me ordenó una voz interior. Pero yo no recordaba ninguna oración.

—¿Cuánto cuesta una habitación allí? —pregunté.

La voz de la máquina me respondió: «aquí los precios están por los cielos».

Permanecí aún como media hora encerrado allí, en el chino de la calle Calatrava. De vez en cuando la luz se iba y al cabo del rato volvía a irse otra vez. Estaba la china con cara de preocupación mirando fijamente un ordenador portátil de donde salía probablemente una telenovela en mandarín. Había otros dos hombres en la tienda que intentaban arreglar el mecanismo que permitía abrir o cerrar la puerta metálica simplemente pulsando un botón, pero aquello parecía una tarea imposible y sobre todo, costosa, muy costosa.

—Habría que desmontar todo el pladur. Reponer cables y establecer contactos que están rotos sabe Dios desde hace cuánto tiempo. Yo creo que le presentamos el presupuesto y que la china diga.

La china me miró, se acercó a la persiana de metal y gritó: «¡Alonso, Alonso, Alonso!».
Era el segundo nombre de Marlon, un peruano cuyo padre admiraba a Marlon Brando.
Marlon Alonso, oriundo de Perú, levantó la persiana de metal desde fuera del local.
Y yo salí de allí aun con toda la vida por delante y más de ochenta años por detrás.

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