Diario de Viaje. Pip & Pepe Dìaz

Diario de viaje – India & Nepal (1992)

Diario De Viaje – India/Nepal 1992- Pip & Pepe Díaz

Esto es India, comienzo con la llegada al aeropuerto de Delhi. La niña cuyos padres nos habían encargado que cuidáramos durante el viaje, a cambio de ser cuidados por su marido en Delhi, desaparece sin decir siquiera adiós. Eran las dos de la mañana, y aunque nuestro vuelo parecía ser el único, tardamos más de tres horas en pasar la aduana. Fuimos los últimos en pasar el control de pasaporte, delante nuestra un matrimonio con un hijo de unos doce años, fue entretenido por el funcionario como tres cuartos de hora. El problema parecía ser que el nombre y la foto no coincidían al 100% con su cara. Le hicieron adelantarse, atrasarse otra vez, alisarse el pelo, alborotárselo, quitarse las gafas etc. La mujer lloraba en silencio. Le preguntaron al niño que si aquel era su padre, y dijo que sí y le volvieron a preguntar, ¿y esa verruga por qué no ha salido en la foto?. El funcionario seguía comparando el retrato con el original y nunca pareció demasiado convencido. Nosotros pasamos fácilmente, naturalmente todo es relativo.

Cambiamos las libras esterlinas en rupias y nos dieron muchos billetes, sencillamente no teníamos bolsillos para tantos papeles. Administramos como pudimos los paquetes de dinero. Teníamos rupias por todo nuestro cuerpo. Pensamos que lo mejor era irnos a Nepal o Goa cuanto antes. Pero las informaciones que nos daban no parecían coincidir demasiado con la realidad. El avión a Goa había salido ya, a eso de las cinco y media de la mañana, y nos dijeron que para ir a Katmandú deberíamos ir al Aeropuerto Nacional a comprar los billetes. 

En el aeropuerto hay una oficina de turismo cuyo empleado tiene como función despistar al extranjero, confundirlo totalmente para que entre en el estado de ánimo concreto. Le dijimos que queríamos ir a Nepal, «primero vean India» insistió una y otra vez. Queríamos un taxi para ir al Aeropuerto Nacional a comprar los billetes para Nepal. «Vayan a un hotel a descansar», dijo. No se si llegamos a un acuerdo pero le dimos ciento sesenta rupias y nos rellenó unos formularios con tres copias de diferentes colores, luego le dió a un muchacho todos aquellos papeles para que nos acompañara a un taxi. El taxi, o lo que fuera, no tenía taxímetro, tenía en realidad pocas cosas y las que tenía no parecían funcionar en absoluto. Era un modelo de coche extraño, antiguo, de hace cuarenta o cincuenta años, supongo. Tenia ruedas, cuatro en total, que parecían a primera vista totalmente verdaderas y unas cortinas originalmente blancas, sucias, ajadas y rotas. El taxista dormía en el asiento de atrás. Pasó adelante, se restregó los ojos y empezó a fumar, luego empezó a conducir como un loco. Eran las seis de la mañana y el día había clareado por completo. Era imposible saber si en India se conduce por la derecha, por la izquierda o por el centro. Aquel hombre en realidad, como comprobamos luego, iba como todos los conductores en India, cambiando de un sitio a otro haciendo funcionar el claxon continuamente, El claxon era una de las pocas cosas que en aquel coche tenía en estado de revista. En India no tiene vigencia eso de “ no toques el pito que me irrito”, sino «please play the horn» (por favor, toque el pito). Nosotros mirábamos por la ventana con deleite. Había muchísima gente esparcida por el campo en cuclillas haciendo caca mientras nos miraban. Había también algunas vacas, chabolas y miserias variadas.

Llegamos a Aeropuerto Nacional y no nos dejaron entrar. En algún cristal de ventana, había un hueco por el que nos dijeron que no podíamos comprar billete alguno hasta las diez. Eran las seis y cuarto de la mañana. 

Decidimos ir al centro de Nueva Delhi, la ciudad estaba vacía y parecía abandonada. El centro, Connaught Place, era terrible por su estado de total abandono. P. sospechó que nos habían engañado y llevado a otro sitio. Aquello no podia ser el centro de ninguna parte, pero era. Aparecieron dos o tres motocarros, o algo parecido, que nos siguieron, ofreciéndonos sus servicios. A partir de ahora, todo comenzó a ser agobiante. Si nos deshacíamos de un conductor, aparecía otro. Parecía que se relevaran unos a otros para no dejarnos tranquilos. Encontramos un hotel que tenia una cafetería abierta, el Hotel Marina, oficialmente cuatro estrellas, aunque nosotros no le hubiéramos dado más puntuación que a la Posada del Peine. Pip y yo éramos los únicos clientes, pero había como unos trescientos camareros y varios miles de personal auxiliar. Desayunamos sin prisa, nos sobraban tres o cuatro horas de nuestras vidas. A las siete aparecieron otros clientes en la cafetería. Creo que nuestro aspecto provocaba alguna hilaridad, por mi chaqueta y cosas así. A las ocho tuvimos que salir del hotel. ¿Quieren algo más?, ¿ esperan a alguien?»

Seguíamos cargando con el equipaje, del que nadie quiso hacerse cargo. Hacia ya bastante calor, y el sudor me calaba hasta la chaqueta. Encontramos un parque y nos sentamos a la sombra de un árbol y entonces llegó el turno de los limpiabotas, los masajistas, los limpiadores de oídos y otros oficios ambulantes similares. Intentamos varios trucos para deshacernos de ellos, pero ninguno resultaba demasiado eficaz. Varias veces me ofrecí yo a limpiarles los zapatos a ellos por menos dinero, pero insistían igual. Parecía que tuvieran toda la vida por delante y que su única misión era limpiarnos los zapatos. E insistían una y otra vez. 

Por fin decidimos tomar un limpiabotas por guía, le pedimos que nos llevara al Hotel Nirula que no tenía nada que ver con el hotel que en 1981 yo había imaginado en México.

El hotel estaba bastante bien y el aire acondicionado era delicioso. Posiblemente sea el mejor sitio en Delhi o nuestra mejor experiencia. Tomamos un café o algo así simplemente por cumplir y hacer tiempo. Guardé mi chaqueta en mi bolso y salimos otra vez. No eran todavía las diez, y las tiendas, según nuestros informantes, no abrían hasta las once de la mañana.

Por fin encontramos un centro para la desinformación. Fué quizás uno de nuestros más grandes errores entrar allí. Queríamos un billete para Katmandú lo antes posible. Se sintieron ofendidos, o algo asi, insistían debíamos ver la ciudad de Delhi. Por fin llegamos a un compromiso después de muchas vueltas y vueltas. Ellos nos conseguirían el billete para Katmandú y nosotros hacíamos un tour en coche con aire acondicionado por Delhi. El tour fue un desastre y lo del billete también. En realidad el tour consistió en ir detrás de los billetes o presuntos billetes de una oficina a otra hasta cuatro o cinco sin conseguir nunca una reserva sólida sino para el día siguiente. A parte de esto, entramos en un templo hindú, construido en 1931 y tan hortera como pueda imaginarse. Nuestro guia , Mr. J.K. Agarwal, nos daba clases de teología y cosas asi. Hablaba de todo como si fuera el hombre más inteligente y culto del mundo y nos trataba de manera paternalista.

Estábamos exhaustos, llevábamos sin dormir no se cuantas horas, y sentíamos ese mareo que no se sabe si lo produce el principio de alguna enfermedad, como el cólera, el tifus, la malaria, o la horrible visión de tanta pobreza, tanta miseria y tanta desesperación. La idea del pobre de que para conseguir algo, tiene que enseñar lo peor de sí, los muñones de los brazos y piernas, el rostro y las manos comidas por la lepra, llagas sanguinolentas donde se agolpaban moscas, o niños claramente desnutridos y enfermos, es bastante siniestra . Todo resultaba demasiado fuerte, y yo temía más que nada por P., cuyo rostro estaba más pálido y serio que nunca.

Solicité a nuestro guía, que repetía continuamente que nosotros no éramos sus clientes, sino sus amigos e invitados, que nos llevara a un sitio donde pudiéramos comprar una botella de agua mineral. Primero, dijo, os llevaré a un sitio para beber algo frío y después tomaremos algo caliente. La bebida que nos fue ofrecida en una tienda para turistas, la caliente, después del mal resultado de la primera, nunca llegó. Nos enseñaron alfombras, no tenemos dinero, dije. Después joyas, sedas y tejidos varios de cachemira, algunos bastante horteras y otros razonables, y finalmente baratijas, pero no compramos nada. Insistían pero nos mantuvimos firmes. No ibamos a comprar nada, no teníamos dinero para eso. Nuestro guía empezó a mirarnos mal, olvidó que hasta entonces habíamos sido sus invitados y no sus clientes y comenzó a hablar de las propinas. Bien, dije, antes de que nos dejará colgados con el chofer, ¿cuánto? y cometió el error de volver a su papel anterior. En realidad todo era una cuestión de voluntad y estrictamente no le debíamos nada. Lo que tenía que ser cierto, pues nunca lo contratamos. Consulté con Pip que había estudiado las guías mejor que yo. «cincuenta rupias», opinó Pip, le dí noventa y el hombre apenas podía guardar la compostura. Bajo del coche naturalmente en su casa y seguimos a solas con el chofer que conducía por las calles de la Nueva y luego la Vieja ciudad de Delhi como un loco o como un indio. No se sabe si existe un código de circulación en la India, pero nadie lo respeta o está lleno de reglas contradictorias. 

Las calles de Delhi son simplemente una locura, aunque el tráfico es bastante fluido, increíblemente fluido. De vez en cuando se veían vacas o algún camello o algún elefante. Pip dormía y no quería saber nada del mundo. El calor era tan agobiante (el pobre aire acondicionado del coche apenas si podía paliar), que temía seriamente por su salud. En más de un momento sentí que había perdido su «cool» y el día aún no había terminado. Nadie, pensé, podía llamar a esto un viaje de placer. Era sólo nuestro primer día. 

Ahora le tocaba al chofer sacarnos dinero. Nos dijo que había hecho muchos más kilómetros que los del tour, por lo de los billetes y por llevarnos ahora al aeropuerto para ver si allí conseguíamos adelantar el vuelo al mismo día. Delhi nos estaba resultando demasiado para el cuerpo y para el alma. Después de todo, lo que decía el chofer parecía razonable. Pregunté cúanto, intentó hacer cálculos mentales, pero las matemáticas no eran lo suyo. Pip seguía durmiendo y yo temía que no tuviera dinero suficiente en el bolsillo pequeño y que tuviera que enseñar un montón de rupias. Las cosas son como son, me dije. Si lo sabes, las cosas son como son, si no lo sabes, las cosas son como son. En los momentos peores recurría a mis amuletos; la cinta roja de satín, el trocito de rizo, el pañuelo con perfume… y así me parecía que todo era más fácil, como si me hubieran programado para sentir no sólo mi energía, sino la energía de P. cuando recurriera a ellos y lamentaba no haberme traído más amuletos.

Por fin llegamos al aeropuerto, conseguí con dificultad despertar a Pip y animarle un poco. Pregunté otra vez cuánto al chofer pero era incapaz de hacer cálculo alguno ni con ayuda de papel y lápiz. Por fin dijo que eran dieciocho kilómetros extras, y que cada kilómetro eran nueve rupias. Le dí doscientas rupias y le parecieron pocas, pero yo me encogí de hombros. ¡Qué aprenda aritmética!, pensé. 

Entramos en el aeropuerto, y la cara más amable de la India nos dijo que podíamos salir a las cinco y cuarto para Katmandú. Son las palabras más bonitas (las de Pip & P. aparte), que yo haya oído en mucho tiempo. Compramos dos litros de agua mineral y esperamos pacientemente. En cierto sentido, todo seguía siendo igualmente horrible, pero la idea de que íbamos a perder Delhi de vista, nos había puesto algo más alegres.

El vuelo a Katmandú, obviamente en un avión de segunda mano, resultó razonable, excepto al principio (no conseguía tomar altura), y al final (se movía demasiado, como si una enorme mano lo estuviera agitando por la cola). El aeropuerto de Katmandú es pequeño, limpio y bonito, aunque desde luego escasea en medios. Vi a tres hombres empujar con dificultad hasta el avión una de esas enormes escaleras, por supuesto nada de «fingers». Estábamos alegres rellenando los papeles para la visa, cuando se fue la luz, al parecer no sólo en el aeropuerto sino en toda la ciudad. No hubo demasiadas complicaciones y a la salida del aeropuerto intentamos llegar a un acuerdo con un taxista para que nos llevara al Hotel Vajra. Discutimos el precio y discutimos si debería ser el Hotel Vajra, u otro más conveniente y mientras más discutíamos más gente se aproximaba y entraba en la discusión. Era de noche, a oscuras, y el hecho de que acabáramos rodeados de cinco mil nepalis resultaba más y más alarmante. Por fin llegamos a medio acuerdo, el precio serian ciento veinte rupias, lo del hotel por lo visto quedaba en el aire. Cuando subimos al coche nos dimos cuenta que el hombre con el que habíamos estado discutiendo no era en realidad el taxista, que hasta entonces se había manteniendo fuera de la discusión.

La ciudad seguía a oscuras y todo parecía bastante inquietante, Pip me dijo que era el día más increíble de su vida. La oscuridad era completa y no se veía  nada, la carretera o lo que fuera no parecía demasiado buena, subimos y bajamos y nos metimos por muchos recovecos, por fin pareció que llegamos a la ciudad… llegando al hotel la luz se hizo… el hotel es encantador y otra vez nos sentimos bien…parecía un monasterio tibetano, está construido de ladrillo rojo, de madera tallada, y los suelos de mármol. De los voladizos del tejado de tejar, con algún adorno en cobre, cuelgan campanillas que a veces el aire hace sonar. Aquí y allí imágenes de Buda meditando, velas encendidas, y adornos varios de barro. La vegetación del jardín es tropical y muy verde, como ya había visto yo en algunos lugares de México y Guatemala… en el hotel hice meditación por media hora (cada vez programo más cosas) y pensé en lo mucho que me gustaría que P. estuviera aquí.

A la mañana siguiente fuimos a desayunar y conocer la ciudad, el espectáculo fue un poco, quizás demasiado fuerte, como el olor continuo de sus calles, me sentí mareado pero no por enfermedad alguna, sino por la visión de la pobreza. Nepal es el país más pobre de Asia. Pero la verdad es que sin saberlo, como comprobamos al día siguiente, habíamos tomado por los caminos y calles más pobres de la ciudad…

… por las calles sin acera y a menudo sin pavimento, circulaban coches, bicicletas, triciclos, motos, moto carros, todos ellos haciendo sonar sus respectivos pitos, gente pobre, muy pobre y animales, vacas sagradas, “ water búfalos”, pollos y cerdos… 

… El espectáculo que ofrecían las carnicerías, por llamarlas de alguna manera, te hacían seriamente considerar hacerte vegetariano… en las ventanas de las casas semi derruidas se veían mujeres quitándole los piojos a niños u otras cosas de similar naturaleza… sin duda, bastante más pobres que en la India, pero parecen más sonrientes y menos desesperados…

… Paseamos por 2 ò 3 horas, la basura estaba esparcida por todas partes, varias veces saqué mi pañuelo con perfume para poder sobrellevar el olor. El resto del día no salimos a la calle.

… Al día siguiente nos levantamos al filo del amanecer, a eso de las cinco de la mañana. Aquí como en Delhi amanece a esta hora y atardece también temprano, a eso de las siete de la noche….

La ciudad olía igual o peor que ayer, pero descubrimos una ciudad nueva, más grande, quizás incluso más rica y atractiva… caminamos semi perdidos por los alrededores… comprendí lo que decía el autor de la guía sobre pasar varios días en la ciudad… esta ciudad tiene en medio de toda su miseria, algo de fascinante que te engancha aunque Pip no parecía estar muy de acuerdo… regresamos al hotel, la pobreza hay que tomarla en pequeñas dosis, nos bañamos intentando que el mal olor que impregnaba nuestras ropas y olfato desapareciera…

… Pip, que es el experto en la guía y la programación, propuso que fuéramos al templo budista de Swayambhu en lo alto de una colina a la que se sube por una empinada escalera de más de 25 millones de peldaños. El espectáculo es cuanto menos extraño, la colina está llena de monos que comen granos que los peregrinos les tiran, aquí y allí se ven ovejas acostadas dulcemente sobre los anchos descansillos, mendigos en cada esquina, muchos peregrinos subiendo y bajando las escaleras y muchos perros famélicos de ojos tristes… regresamos al hotel, nos cambiamos a una habitación más barata, pero mucho más luminosa, el W.C. estaba atascado…

(…)

(…)

Anuncio publicitario

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s