Cuento de una Navidad Pasada

Capítulo Primero

Ocurrió en la calle José Gestoso. Un niño miraba embelesado la figura de un escaparate. Había un pastor con una oveja en los hombros, la túnica era blanca, el manto rojo le caía hasta los pies. Entraron

—¿Cuánto cuesta? —preguntó el niño.
El tendero vestía con un mono azul y encima tenía un guardapolvo blanco casi de médico.
—¿Cuánto cuesta? —Volvió a preguntar.
El hombre de la bata blanca se empino para verlo mejor, había mucha gente que atender, posiblemente el mejor día de ventas del año.
—¿Cuánto cuesta? —preguntó otra vez el niño.
—¿Cuánto cuesta qué?
—Ese —dijo el niño señalando.
—Tienes buen gusto es el más caro de todos, 62 pesetas. Cualquier otra figura cuesta 10 ó 12 pesetas pero ese es el mejor.
Cuando salieron de allí, el niño preguntó a su hermano:
—Paco ¿qué te parece?.
El capitán Paco sonrió —Con ese dinero se puede comprar un belén completo, es carísimo.

—Mamá —pidió el niño—, ¿me puedes dar la paga?.
—Todos quieren la paga ¿os habéis hecho del sindicato?.
La madre rebuscó en su bolso.
—Toma hijo —y le pasó 3 monedas.
—Mamá quiero la paga de todo el año, necesito 62 pesetas.
La madre observó al niño con preocupación
—¿Te has metido en un lío? —preguntó.
—Quiero un adelanto.

—¿Dónde lo pongo? —preguntó el niño.
—Es tuyo, ponlo donde quieras.
—Aquí —dijo el niño—, camino del portal, cada día lo adelantaré un paso.

Lo había oído muchas veces en casa a sus hermanos mayores, decían que la auténtica realidad está en los sueños, lo otro son meras apariencias, la realidad está en los sueños, aquella noche soñó y lloró.

Dios Padre, con su larga melena y barba blanca llamó al ángel vengador:
—Hay un traidor en este belén, quiero que lo elimines. El niño vió al ángel vengador acercarse al pastor que llevaba la oveja en los hombros.
—¡No! —gritó no—, y se despertó llorando.
—¿Qué pasa? —preguntó Paco que estaba en la cama al otro lado del cuarto.
—Quiero ver el belén.
—Duérmete, queda un montón de tiempo para que lleguen los Reyes.

El niño se levantó y fue a la sala donde estaba el belén. Encendió La luz, el pastor seguía en el camino con la oveja a los hombros. Lo adelantó unos pasos.
—Los sueños son sólo sueños —le dijo al pastor—, y se volvió a la cama…

Capítulo II

Hoy es 27 de diciembre, tercer día de Navidad, es martes y el refranero popular nos advierte sobre la peligrosidad de este día de la semana: “Ni te cases ni te embarques”.

Yo no tenía proyectado hacer ninguna de estas dos cosas, pero me desperté temprano con el pareado con el que mi padre me ha despertado con alguna frecuencia desde que tengo uso de razón: “Se levantan las nubes dándose coloretes, en las casas comienzan a sonar los retretes”.

Sin urgencia de ningún tipo, pero como siguiendo un antiguo ritual me despoje del pijama y me vestí de paisano de día. Comprobé la hora, esperé hasta las nueve de la mañana y salí hacia la Norte en busca de un par de cafés con toda la cafeína posible.

—Ha llegado el cafeinómano —anunció María—, la de la sonrisa dulce y perenne, licenciada en ciencias económicas a la sazón camarera y opositora a un puesto de la Administración del Estado.

—No te demores —dije yo—, con azúcar moreno y acaso mejor en vena.

—Todavía no tenemos inyectables ¿vaso o taza?.

El café de la Norte te ayuda a enfrentar el día y a los ángeles terribles, pero hoy no hubo ángeles malvados, quizás estaban de vacaciones o aún no se habían despertado.

Quien sí se me acercó fue un probo funcionario de correos que me reconoció. 

—Creo que recientemente se olvidó una gorra en la oficina, si es suya, puede recogerla cuando quiera. Esto si que es un ángel como Dios manda, pensé.

Tengo doscientas o trescientas gorras, no las colecciono, pero la gente siempre me regala una gorra con cualquier excusa. Hubiera sido sin embargo una grosería no pasarme por la oficina a recoger la última gorra, así que fuí a la búsqueda de la gorra perdida y de camino me acerqué a mi centro de salud a recoger los resultados de la última analítica que yo hasta ahora me había preocupado de no recoger.

Me llamó mi hija para que comiéramos juntos, acepté. Ella consultaba el móvil entre bocado y bocado. Yo miraba la decoración o falta de decoración del lugar. Parecía una fábrica.

Hoy es el 28 de diciembre día de Los Santos Inocentes, este es mi día pensé. La historia o el mito del sacrificio de los niños menores de dos años por orden de Herodes. «Es una cuestión de celos» me explicó Paco alguna vez.

—¿Tu crees que Dios es también celoso?.

—Qué pregunta más rara ¿por qué se te ocurre algo así?.

Le conté la verdad, las pesadillas de mi infancia: Dios siempre mandaba al ángel vengador para que rompiera el pastor por el que me había endeudado durante un año. El ángel terrible nunca venía y yo tuve que destruir al pastor golpeándolo fuertemente con un martillo y aquella pesadilla nunca volvió a repetirse.

Capítulo III

Llamé a mi hermano para que me acompañara. Paco solía decir que la Navidad es un tópico. Pero que los tópicos nos ayudan a vivir.

—Dime —Me preguntó al verme—, ¿qué quieres hacer?

—Quiero que vayamos a la calle José Gestoso. ¿Recuerdas?, mamá solía decir que era como la 5ª Avenida de Nueva York. ¿Crees que estuvo alguna vez allí?. Todo lo de mamá es un misterio ¿recuerdas que papá decía que era la sobrina de Búfalo Bill?

—Pero dime ¿qué quieres hacer en la 5ª Avenida?.

—Comprarme una figurita de nacimiento.

—¿Otra vez?, hace más de 60 años te gastaste toda la paga por un pastor que llevaba una oveja sobre los hombros.

—Sí —dije—, la paga de todo el año, 62 pesetas.

El que nos atendió en la tienda no podía ser el mismo que nos atendió la primera vez que estuvimos allí, pero vestía igual; un mono azul marino y una bata blanca.

—Busco una figura para el belén.                                                      

—Las tengo todas, de todas las creencias, de todas las razas, de todos los gustos; niño Jesús, niña Jesús, blancos, amarillos, negros, trans. Dígame lo que quiera; ciegos, sordos, mudos, mancos, pelirrojos, el clásico rubio con ojos azules y cachetes sonrojados, pida lo que quiera, yo lo tengo.                                                            

—El que estoy buscando es un tabernero, tenía un bar en la calle Crédito, yo lo conocí en el año 1986, era el hombre más entrañable del mundo y el más gracioso. El que lo haya conocido lo recordará. El que no lo haya conocido, nunca sabrá lo que se ha perdido. 

—Me tiene intrigado, dígame lo que hecha de menos ¿quién era?.

—Paco el Bizco, le llamaban.

C/, José Gestoso
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